Gerardo Suter / Septiembre de 2012
Al igual que la ciudad, mi obra es un continuo proceso.
Probablemente ésa haya sido una de las razones por las que decidí tomar el
paisaje del DF como pretexto de mi último proyecto. Probablemente también, se
debió al interés por la arquitectura o provino de esa inquietud por querer definir una
arquitectura-instalación, dentro de otra arquitectura-museo, que proponga una
visión de la arquitectura-ciudad.
Hay una sombra que proyectan mis trabajos (prácticos o teóricos), y al fijar la vista en esa penumbra se descubre el proceso que llevó a cada obra a su último estado. Muchas veces y por diversos métodos, busco que los procesos sean visibles y al mismo tiempo perfectibles. Creo que las impurezas que se evidencian y que evidencian el proceso hacen de la propuesta una obra abierta, donde el propio artista (léase yo) o el espectador, podemos intervenir para corregirla.
Haciendo una revisión del trabajo que he realizado sobre las
ciudades, me doy cuenta que las influencias del cine, la pintura, la fotografía
y el diseño siguen presentes en cualquier serie que desarrollo hoy en día. Esas
líneas agudas que componen algunas imágenes. Esas formas que rematan en picos
contra el cielo, por lo general representadas con fuertes contrastes lumínicos,
no son más que resabios expresionistas del cine alemán de los años veinte o
guiños a la fotografía de las vanguardias y a su forma de representar la urbe.
Definitivamente, el proceso creativo ha ido imponiendo en mí una manera de ver
y de representar; poco a poco se ha instalado en alguna parte de mi ser y
ahora, claramente, comienza a dictar los pasos subsiguientes.
El espacio intervenido. El cielo siempre presente. Figuras
recortadas a contraluz y no sabemos si asentadas en el suelo. Rastros que no
son más que memoria. La arquitectura como presencia. Figuras que alteran el entorno natural, formas que reconstruyen el paisaje, residuos, intervenciones que modifican
los lugares íntimos. Si la arquitectura es, en mi caso, el soporte final de la
obra, en los últimos años se ha convertido además en el tema a tratar. La
arquitectura como agregado al paisaje, como volumen que determina espacios interiores y exteriores que recorremos, transitamos, navegamos,
derivamos.
El habitante de la ciudad es un electrón libre que transita
continuamente de una punta a la otra de la ciudad. Al multiplicarse por
millones se crean corrientes, flujos humanos que van dejando en el mapa urbano
estelas diagonales, horizontales, verticales, regulares e irregulares. Esos
desplazamientos son también parte del proceso, e insisto, más que estar
en proceso, la ciudad es un proceso. Un proceso que a todos niveles provoca
cambios y que a cada movimiento corresponde un acomodo, detonando y
descubriendo nuevos estratos. Los recorridos son parte esencial de las ciudades
y ahora que lo escribo, me doy cuenta que también son parte importante de todas
mis propuestas de instalación.
A lo largo de este proceso, el de la concreción de la muestra DF penúltima región, realicé varios
ensayos narrativo-espaciales que intentaban describir lo que esta ciudad
significa. Cada exposición fue una etapa, una muestra inacabada donde se
ensayaba algo nuevo, tal y como sucede cotidianamente en el DF. La arquitectura
y su proceso han sido un tema recurrente en mi trabajo; seguramente
por eso la ciudad ha adquirido tanta importancia en estos momentos: la ciudad
es por lo pronto, una aglutinadora de inquietudes.
El trabajo bidimensional sobre papel, el boceto de un posible
acomodo de las piezas, la modificación del espacio y luego la intervención real
sobre la arquitectura, son para mí más importantes que la obra concluida,
simplemente porque en el fondo sé que esa obra nunca se acaba; porque inclusive
después de aceptar que ya no se puede hacer más y que el “Día D” ha llegado,
queda la opción de mejorar la propuesta, en ésa o en otra exposición, con ése o
con otro trabajo. Es un torbellino que no se detiene. Y estoy seguro que la ciudad es
así.
Cuando me inicié en la fotografía lo hice como fotógrafo de
teatro. Iba al montaje de las obras desde el primer día y periódicamente
asistía a registrar los avances en la actuación, en el vestuario, en la
escenografía, en la iluminación, en el desplazamiento de los personajes sobre
el escenario. Mis últimas tomas las hacía durante los ensayos generales y rara
vez regresaba cuando la obra se presentaba con público. No me interesaba ya.
Prefería registrar el proceso hasta llegar a la casi perfección. Creo que
aquella experiencia marcó gran parte de mi trabajo, y la emoción de estar
siempre ante lo inacabado es lo que me sigue cautivando hoy en día.
Arquitecturas habitadas o deshabitadas, arquitecturas en proceso,
en etapas, en construcción o destrucción, reconstruidas o
deconstruidas. En las ciudades he encontrado esos estadíos, y en el DF a la
vuelta de cada esquina. No me interesa tanto la ruina como lo inacabado. No es
lo destruido, sino lo deconstruido.
El terremoto de las 7:19 horas del 19 de septiembre de 1985 fue tan
sólo un instante de la Ciudad de México. Un parpadeo que cambió drásticamente
el aspecto de la urbe y la conciencia de sus habitantes. Mi proyecto sobre el
DF nace de ese momento y lo retomo veinte años después en una pieza que se
apoya en las primeras imágenes televisadas después de la tragedia. El hallazgo
de esa secuencia me sirve para iniciar la revisión de aquél paisaje urbano,
modificado en unos pocos-devastadores-segundos, y en el que encontramos rastros
de un polvo telúrico que aún hoy se nos pega en el cuello cada vez que lo
recorremos.
Ese acontecimiento fue el punto de arranque y desde entonces no he dejado de ver una ciudad en proceso, una constante que no había detectado y que
recientemente me atreví a describir como palimpsesto poliédrico: un quehacer
constructivo y deconstructivo incesante que se encarga de reescribir una
historia sobre otra, sobre otra, y sobre todas las caras posibles de la ciudad.
Me doy cuenta que el proyecto DF penúltima región resulta ser hoy la última etapa de aquello
iniciado hace seis años. Con mayor o menor dedicación trabajé en una revisión
del paisaje de la Ciudad de México intentando registrar la megalópolis desde
una perspectiva diferente, viéndola de otra manera, buscando nuevos ángulos, colocando la mirada en otros puntos. Así surgieron estas imágenes que
permitieron redescubrirla. Una visión hacia lo alto, en lo alto, a la altura de
las azoteas de la ciudad, sobrevolándola o recorriéndola por las vías rápidas
recientemente trazadas en el espacio aéreo.
DF penúltima región es un proceso en varios sentidos. Como decía, podría iniciar con
la pieza de video del año 2005. Sin embargo, si muevo los marcadores
temporales, podría decir que fue en 1997 cuando, abordándolo desde el cuerpo
como territorio, la revisión del paisaje del DF ya se había iniciado. Pero
fechar en estos términos creo que no es importante, el proceso creativo implica
una búsqueda constante en la que por ejemplo, se retoman elementos formales utilizados
con anterioridad y se los aplica a nuevas circunstancias, mientras que otros
recursos se adicionan a lo viejo, a otros más se les pone a prueba, y
simultáneamente se incorporan y desechan propuestas. Como artista es la
experiencia cotidiana la que me proporciona ideas y me permite pensar a posteriori lo que he realizado, no concibo el anteponer la teoría a la práctica.
En mi caso personal me parece importante recalcar que es el proceso práctico el
que me ha llevado a la reflexión teórica. Entiendo mi obra como un continuo
proceso. Entiendo la Ciudad de México como un espacio en continuo proceso. Es a
partir de estas dos ideas que me tomo la libertad de establecer una analogía
entre ambos. Dicho de otra manera, lo cierto es que la ciudad y su
representación terminan siendo un proceso, y que en su transformación de
ciudad-real a ciudad-representada, se cruzan, mezclan y sobreponen los
procesos, manifestándose todo como un complejo work in progress.
Cabe decir aquí que esto que he llamado proceso a lo largo del
texto, es uno de los componentes más importantes de la creación artística. Es a
lo largo del proceso que el artista investiga y va construyendo su propia
metodología. El proceso implica una investigación constante, la conclusión de
esa investigación, de ese proceso o de alguna de sus etapas, que para cada
artista es única y personal, deriva en un producto concreto, en una obra, una
obra que seguramente será replanteada en siguientes trabajos y se volverá a
insertar al proceso creativo como materia prima. El proceso
creativo en el arte es un continuum.
Por esa misma razón me he resistido a contraponer investigación y creación. Una o la otra existen
simultáneamente, adquieren distintos niveles de relevancia según la actividad y
el momento. Conviven, y por ello separarlas o contraponerlas me parece
estéril.
También considero como proceso todos aquellos apuntes gráficos,
fotográficos y textuales que he realizado a lo largo de los años y que aún sigo
haciendo. Desde los apuntes visuales, pasando por las recurrencias formales o
la búsqueda insistente de formas duras, agresivas e incisivas. Apuntes que
revelan una inquietud por el rastro, el trazo, ciertas estructuras u
ordenamientos que representan huellas en nuestro entorno o que marcan
desplazamientos o agudizan la visión, realzan algunos espacios y neutralizan
otros. Ver y representar son dos formas de hacer apuntes. Muchas veces, la
peculiar manera de apuntar termina en un análisis un poco más amplio: la
ciudad, la Ciudad de México, el DF por ejemplo. Pero finalmente sigue siendo un
apunte y es por ello que considero mi trabajo como un proceso inacabado. De
igual manera que en la ciudad, todo está inacabado. La obra como proceso. La
ciudad como proceso. La ciudad como eje temático de un cuerpo de obra. El
espacio de montaje como el espacio a modificar.
Todo es parte de una misma dinámica. Aquello que se describe y la
forma en que se describe. En la exposición DF
penúltima región, la última fotografía se tomó una semana antes de la
inauguración. En ese tiempo registré una modificación que estaba dándose en un
edificio del centro de la ciudad, en un cuadrante emblemático del DF: el
Zócalo. El registro de ese proceso, de esa modificación en el espacio urbano,
me llevó a modificar la última diagramación museográfica y a integrar la imagen
al planteamiento final. (Des) afortunadamente existe un día decisivo donde ya no se pueden incorporar
cambios, donde el proceso creativo debe congelarse y dar paso a la exposición
tal y como permanecerá por un período determinado, inamovible, como si fuera
algo que ya no le pertenece al artista. En un texto que escribí hace unos años
y que acabo de encontrar, decía que una de las razones por las cuales había
decidido desarrollar proyectos para sitios específicos, era para evadir la
responsabilidad de repetir un proceso. En la medida en que todo espacio es
diferente y que entiendo la arquitectura como soporte y no solamente como
contenedor de la obra, el proceso creativo debe iniciar nuevamente: con nuevos
trabajos para nuevas arquitecturas.
Y si en lo que hago hay un particular interés por mostrar cómo se
llegó a la obra terminada, aunque se descubran las imperfecciones, entonces
todo mi trabajo puede ser considerado una suerte de bitácora, y entonces e
inevitablemente, este texto también debe formar parte de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario