Objeto, acción y contradicción

Objeto, acción y contradicción *


El tema del V Encuentro Internacional de Educación Artística es el objeto de estudio en el arte. Adelantando mi conclusión, diré que el objeto de estudio como tal es una cuestión prioritaria para quien investiga, pero no necesariamente lo es para quien hace arte o en todo caso para quien enseña arte. Dicho de otra manera, ¿quiénes son los interesados en definir el objeto de estudio en el arte? o ¿para qué interesa definirlo? Y cuando se responden estas preguntas, surge otra, ¿desde dónde se le nombra, etiqueta o define? Y ¿qué papel juega el artista-docente en este debate?

En cuanto al contenido específico del bloque que abordaremos: el objeto de estudio para la educación artística, también me provoca cierta incomodidad. De hecho, la primera vez que leí la propuesta tuve que comunicarme con los organizadores para que ampliaran la idea y poder conocer exactamente su significado. Es cierto que amablemente me explicaron de qué se trataba, pero igualmente debo decir que a pesar de la aclaración no quedé conforme, porque estoy convencido de que los artistas debemos abordar la problemática de la educación de otra manera.

Primer comentario. Al hablar de objeto de estudio se hace referencia a un término que, por un lado se inserta claramente en un modelo, el científico, y por otro se vincula de manera implícita con una actividad concreta, la investigación. Entiendo que si ése es el lugar desde donde queremos hablar de educación artística, debemos asumir también que nos estamos imponiendo un modelo de pensamiento y que en ese contexto, efectivamente no nos queda más que preguntarnos cuál es el objeto de estudio, para luego responder de muy variadas maneras diciendo: el objeto de estudio para la educación artística son los alumnos, los docentes, los materiales, un método pedagógico, todo al mismo tiempo y aún más.

De manera indirecta, la aceptación de aquél concepto que se ubica en un modelo específico y que establece vínculos claros con otros conceptos, ha llevado a pensar, por un lado, que la enseñanza artística debe ser liderada por quienes la investigan, quienes tienen un método y quienes definen el objeto de estudio, y por otro, que aquello que queda fuera del espacio de control adolece de seriedad y por ende, el proponer modelos alternos, con otros criterios de operación y con mayor participación de los artistas, resulta poco seguro.

Quiera uno o no, al hablar del objeto de estudio incorporamos una metodología que por más inofensiva que parezca, establece una relación de poder que tiende a legitimar la hegemonía de unas formas del pensamiento sobre otras, con el riesgo en nuestro caso, de que el comando de la educación artística recaiga única y exclusivamente en quienes teorizan en torno a ella y no sea acompañada adecuadamente por quienes practican el arte. Pienso que esto debería cambiar, ya que, si efectivamente la definición del objeto de estudio resulta ser relevante para las investigaciones sobre arte o educación artística, no parece ser tal en el terreno de la práctica creativa o educativa.

Segundo comentario. No es lo mismo hacer arte que pensar el arte, y ante este hecho, deberíamos preguntarnos qué tipo de educación queremos impulsar. ¿Una educación que forme artistas o una educación que forme gente que estudie el arte? Si lo que interesa es formar gente que estudie el arte, el problema está resuelto, ya que en ese caso el objeto de estudio es el arte.


A nivel licenciatura y posgrado existen muchas carreras que se dedican a ello, en esos espacios los alumnos se forman para entender, por ejemplo, qué está haciendo Giacometti. Se debate por qué es importante su inclusión en la historia del arte. Cuáles son sus influencias. Qué relación encontramos entre su escultura, su pintura y su dibujo. Preguntamos, ¿qué pasa por su mente cuando de manera impulsiva raya las paredes de su estudio? o ¿qué lo hace un artista? o bien, y a partir de la fotografía que ilustra este párrafo, podríamos interesarnos por la obra de Ernst Scheidegger, autor de la imagen, y comparar sus fotografías con las que tomó Cartier-Bresson, del propio Giacometti en el mismo taller. En fin, que así planteado, todo lo anterior puede ser nuestro objeto de estudio si lo que nos interesa es estudiar el arte. ¿Pero qué ocurre si nuestra inquietud es formar artistas? Como Giacometti, por ejemplo.

¿Podríamos utilizar los mismos criterios, procedimientos, nomenclaturas, conceptos y metodologías, cuando no existe un objeto de estudio al interior del proceso de producción? ¿Podríamos insistir en utilizar el término objeto de estudio, si en la actividad educativa, entendida como práctica cotidiana de la enseñanza, tampoco queda claro dónde se le puede ubicar?

Normalmente nos acercamos al objeto artístico como investigadores, ubicándolo como el objeto de estudio. En nuestro papel de artistas, deberíamos aproximarnos a él como creadores y confrontarlo desde la producción. El objeto artístico queda dislocado cuando se pierde de vista el hecho de que no es lo mismo producir el objeto de estudio, que estudiarlo, es en ese momento de confusión que los espacios se sobreponen y la enseñanza-aprendizaje se confunde con la investigación artística. Pasar por alto esta “pequeña-mínima diferencia” resulta entonces letal.

En este escenario, propondría que los artistas en el papel de docentes nos esforzáramos por desplazar los tópicos de discusión a terrenos que sintamos nuestros y viéramos el arte desde el arte y no desde modelos de pensamiento ajenos a los de la creación artística. Probablemente, en este proceso tendremos que definir nuevas categorías y construir modelos que reflejen adecuadamente la práctica y el pensamiento artísticos. Es una tarea compleja, pero creo que vale la pena.

Tercer comentario. Pensar en un modelo educativo distinto no significa negarle al alumno los conocimientos históricos y teóricos que enriquecerán su formación, es pensarlo como un espacio donde el alumno que se está formando como artista pueda primero experimentar con sus manos y luego con su cabeza, tal y como sucede en el proceso creativo. El modelo debe permitir que el alumno descubra y desarrolle sus propias formas y procesos de trabajo; el docente debe ser un facilitador que le acerque al alumno los ingredientes necesarios para inventar su propia receta.  El futuro artista tiene que aprender a construir su propia metodología y reconocerse en el objeto artístico que está moldeando. Para ello el proceso de enseñanza-aprendizaje debe acercarse a ser un símil del proceso creativo y un primer paso sería insistir en modelos de educación que fortalezcan flujos de trabajo práctico-teóricos.

En lo personal, puedo decir que las experiencias que he tenido como artista, teórico y docente, son totalmente diferentes, y ello no significa que las prácticas se contrapongan, más bien encuentro entre ellas una estrecha relación, un tejido transversal que permite entender el fenómeno desde distintos ángulos y comprender que aunque el objeto artístico sea el mismo en todo momento, es diferente para quien lo produce, para quien lo estudia o para quien lo inserta en un proceso educativo. El objeto artístico no se puede definir desde un solo lado, y como he insistido, no es lo mismo producir el objeto artístico que reflexionar sobre él. Y así como no podemos definirlo unilateralmente, es importante ubicarnos para reconocer desde dónde lo estamos observando.

Cuarto comentario. También creo que el objeto artístico no puede ser desprendido del gesto artístico. Tal es así que no es posible concebir el producto acabado, la obra artística, sin un proceso que implique una acción concreta de construcción de la misma, sin un proceder técnico que derive en un resultado específico, sin un trabajo, no necesariamente matérico y físico, que concluya en una pieza. Eso que hace posible la obra es el quehacer artístico y detrás de éste se encuentra el gesto artístico.

Si este gesto a través de una acción específica es lo que da lugar al objeto, entonces creo que nuestra actividad como docentes debería esmerarse en cultivar y estimular el desarrollo del gesto artístico y no solamente el de la producción del objeto. Objeto que a fin de cuentas se convierte en mercancía y mercancía que se convierte en fetiche. Si la enseñanza se centra única y exclusivamente en el culto al objeto artístico, estamos negando la importancia del gesto artístico, que a su vez es una forma de ver el mundo, de relacionarnos con él y de comunicarnos con los demás, es decir, es una de las formas de conocimiento.

El mercado existe, la globalización existe, la geopolítica del arte también existe, pero la producción de objetos para su inserción en el mercado no es el único camino ni la función última del artista. Y es importante entender también que así como el objeto artístico no lo es todo, el gesto artístico no es exclusivo de los artistas. Para cerrar y no irnos muy lejos en el tiempo, quisiera decir que las pinturas rupestres, consideradas hoy día obras de arte, son resultado de gestos artísticos que nunca pretendieron estar inscritos en el circuito del arte. Fueron gestos que culminaron en obras con funciones específicas, nunca con pretensiones de objeto artístico, y que sin embargo hoy, inscribimos en todas las historias del arte.


Gerardo Suter


* Texto leído en el marco del V Encuentro Internacional de Educación Artística, Universidad de Guanajuato, en septiembre de 2012.

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